Escrito por Miguel Ángel M. Espada
El Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define dogma de la siguiente manera:
Dogma
Del lat. dogma, y este del gr. δόγμα dógma.
1. m. Proposición tenida por cierta y como principio innegable.
2. m. Conjunto de creencias de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de cualquier religión.
3. m. Fundamento o puntos capitales de un sistema, ciencia o doctrina.
En nuestra Canaricultura de Canto existen demasiados dogmas, ideas transmitidas de generación en generación como verdades absolutas e incuestionables. Uno de esos dogmas es el relativo a los sistemas de emparejamiento de nuestros reproductores y, en concreto, a lo que denomino cruces en cruz.
Los cruces en cruz serían los emparejamientos en línea recta entre ascendientes y descendientes en sus diferentes grados (aunque principalmente en primer y segundo grado de consanguinidad: padres-hijos o abuelos-nietos) y colaterales entre hermanastros (consanguinidad en segundo grado). Aunque en menor medida, también hay defensores de los emparejamientos entre hermanos, siguiendo lo expuesto en algunos tratados de canaricultura en los que se describen los métodos de emparejamientos de los padres fundadores del Harz Roller moderno. En definitiva, lo que en selección zootécnica se denomina inbreeding o consanguinidad estrecha. Este tipo de cruces busca fijar una serie de caracteres genéticos y/o fenotípicos normalmente presentes en lo que se viene llamando un cabeza de línea o pájaro bandera. El cabeza de línea en canaricultura de canto suele ser un macho excepcional bien por su canto y/o su condición de raceador, aunque no es infrecuente encontrarnos con cabezas de línea hembras; tratándose en este caso de hembras que han demostrado sobradamente su condición raceadora a través de su descendencia.
La consanguinidad estrecha es el medio más rápido para fijar las características positivas, pero, desgraciadamente, también lo es para fijar y/o hacer aflorar las negativas y eso nos lleva normalmente a la depresión consanguínea en pocas generaciones.
Nuestros antecesores, para combatir o prevenir la depresión consanguínea combinaban los cruces en cruz con los denominados emparejamientos abiertos (outbreeding). Los dos sistemas permitidos por el dogma eran los cruces heterosanguíneos con otros ejemplares domésticos y los cruces de refuerzo con canario silvestre, ya que se consideraba al canario silvestre como fuente original de la raza (este tipo de cruces eran realizados tanto en el Cantor como en el Timbrado). Una vez introducido el refresco o el refuerzo se volvía a los cruces en cruz, si bien, en el caso de los cruces de refuerzo, durante al menos cuatro generaciones, se realizaban cruces de absorción o retrocruces siempre hacia la rama doméstica, o, lo que es lo mismo, hasta que la carga genética del silvestre prácticamente quedaba anulada (fue precisamente cuando el uso del silvestre pasó de medio a fin y se popularizó el denominado canto asilvestrado, a finales de los ochenta y principios de los noventa, cuando lo que nunca hasta entonces había representado un problema para la evolución canora de la raza pasó a ser uno de sus mayores hándicaps; pero esa es otra historia).
Los emparejamientos en linebreeding (entre ejemplares de consanguinidad media -3º y 4º grado- y amplia -5º a 10º grado-) solo eran bien vistos entre ascendientes y descendientes en línea recta (bisabuelos-biznietos, tatarabuelos-tataranietos, etc.), nunca entre parentescos colaterales (entre primos, tíos-sobrinos, etc.). Estos últimos eran motivo de crítica exacerbada hacia los criadores que osaban practicarlos y causa indiscutible de todos los posibles defectos que pudieran tener los ejemplares fruto de esos emparejamientos, aunque estos fueran, tanto en cantidad como en gravedad, iguales o inferiores que los que presentaban los frutos de los denominados cruces correctos.
Con tan escasas combinaciones a nadie debe resultar extraño que fuese frecuente escuchar a criadores veteranos recomendar que cada cuatro años había que introducir sangre nueva en el criadero, bien doméstica o bien silvestre. Cosa normal teniendo en cuenta que era práctica general el uso y abuso de la consanguinidad estrecha.
Aunque también había criadores contrarios al uso de la consanguinidad, en los inicios de toda raza cierto grado de consanguinidad se antoja necesario y los criadores que no usaban la consanguinidad no obtenían, ni de lejos, los resultados que conseguían los criadores que sí la usaban, al menos a medio-largo plazo. Tengamos presente que hablamos de unos años en los que el Cantor no estaba tan depurado como ahora y la presencia de ritmos continuos, aunque empezasen a ser residuales en muchos casos, era cosa habitual en la inmensa mayoría de los criaderos. Por otra parte, aquellos criadores que no usaban la consanguinidad también eran objeto de crítica por los más puristas, que se referían a ellos como criadores de choques.
El dogma de los cruces en cruz sigue vigente hoy en día para muchos criadores. En el momento que un criador obtiene un ejemplar medianamente aceptable lo primero que le aconsejan los seguidores del dogma, sin preocuparse siquiera de conocer los antecedentes familiares del ejemplar, es que empareje ese canario con su madre y hermanastras y la hermana con el padre, ¿os suena? Pero tanto antes como ahora pocos son los criadores con la suficiente habilidad para utilizar y dosificar la consanguinidad de forma efectiva y menos todavía los que son capaces de prever en qué momento introducir el refresco para evitar la depresión consanguínea. Para trabajar en consanguinidad hay que tener las ideas muy claras, saber lo que se quiere y cómo obtenerlo, además de saber conjugar los riesgos que este método conlleva. Recordemos que el abuso de la consanguinidad lleva aparejado la aparición de taras físicas, enfermedades congénitas de carácter recesivo, comportamientos aberrantes, pérdida de capacidad reproductiva (aumento de los porcentajes de esterilidad, disminución del tamaño de las puestas, elevada mortalidad de embriones y pichones), voces defectuosas y repertorios cada vez más pobres, entre otros.
Hoy en día está más que demostrado, al menos para aquellos que lo quieran ver y no estén cegados por un trasnochado dogmatismo, que los emparejamientos en linebreeding entre parientes colaterales (primos, tíos, etc) no son malos per se, únicamente hay que estudiar pedigrís del pasado y del presente para darse cuenta de que este tipo de emparejamientos siempre ha estado ahí y que los resultados obtenidos de los mismos no puede afirmarse de manera categórica que sean inferiores a los de los cruces en cruz. Es más, los emparejamientos en consanguinidad media y amplia, normalmente, nos permiten aumentar el número de generaciones sin introducir sangre nueva en el aviario. Con todo, aunque se trabaje en linebreeding, no dejamos de estar trabajando en consanguinidad y los problemas aparecerán tarde o temprano si no se hacen las cosas con sentido común.
Siempre les digo a mis amigos que cuando planificamos los emparejamientos deberíamos tener delante nuestra una imagen del rey Carlos II de España, como ejemplo de lo que puede pasar si no tenemos cuidado con la consanguinidad. La política familiar de los Habsburgo españoles y austriacos para aglutinar territorios y poder se basó en matrimonios con un alto grado parentesco que en España supuso el fin de la dinastía con Carlos II, aunque la rama austriaca tampoco se libraría de los problemas derivados del abuso de los matrimonios endogámicos.
En la cría moderna del Cantor Español muchos hemos superado el viejo dogma y planteamos nuestros emparejamientos de una forma más abierta. La consanguinidad estrecha solo es utilizada con ejemplares extraordinarios y con aquellos que han demostrado su condición de raceadores. Se trabaja más en linebreeding e incluso en outbreeding.
Hoy en día, gracias al trabajo en equipo, hay grupos de criadores que, partiendo de un origen familiar común, haciendo trabajos paralelos, pero con un mismo objetivo en la selección, han fijado una misma genética en sus aviarios y es posible realizar emparejamientos de ejemplares que comparten una genética y unas características fenotípicas muy similares, pero con un parentesco tan lejano que supera ya el décimo grado y entra en la categoría de outbreeding.
Esto supone poder refrescar nuestras ramas familiares con ejemplares altamente compatibles que comparten la genética de nuestros canarios ahorrándonos tiempo y disgustos, minimizando así los riesgos de la introducción en nuestros criaderos de ejemplares que pueden parecer, en atención a su fenotipo, compatibles con los nuestros, pero cuya genética puede no serlo.
Con la consanguinidad pasa exactamente lo mismo que con el uso del canario silvestre, el abuso es sumamente dañino y puede dar al traste con años de trabajo. La consanguinidad es un medio, aunque a veces, a tenor de lo que en ocasiones podemos ver, leer o escuchar, da la impresión de haberse convertido para algunos en un fin para poder mostrar pedigrís bonitos. ¿Cuántas veces se ponen como ejemplo árboles genealógicos en los que generación tras generación se realizan emparejamientos en consanguinidad estrecha y se presume del coeficiente de consanguinidad alcanzado respecto a un ejemplar concreto? La mayor parte de las veces, si pudiésemos escuchar los ejemplares machos que aparecen en ese pedigrí, veríamos que se ha empleado la consanguinidad simple y llanamente por seguir el dogma de los cruces en cruz y que los resultados obtenidos en modo alguno justifican su uso. Estos pedigrís me recuerdan a aquellos otros que no hace muchos años se mostraban de forma orgullosa por ciertos criadores y cuyo valor se medía más por el número de canarios silvestres que aparecían que por la calidad canora de los canarios reflejados en los mismos. También me vienen a la mente los criadores que presumen de no haber introducido en sus aviarios ejemplares ajenos en no sé cuántas generaciones y nos presentan pedigrís en los que solo aparece su nombre o número de criador nacional, pero eso, o tenemos una nave industrial y criamos más de 200 canarios, lo que nos permitiría llevar varias ramas familiares paralelas y controlar el coeficiente de consanguinidad, o implica un ejercicio de individualismo que normalmente se plasma en ejemplares en el límite de la resistencia física. Eso sí, son pedigrís bonitos. A los primeros, los seguidores del dogma les animaran a seguir con los cruces en cruz porque es la forma correcta de hacer las cosas y tarde o temprano los resultados aflorarán; a los segundos, los fanáticos del silvestrismo les darán palmaditas en la espalda y les animarán a completar la colección con los silvestres del valle más recóndito y desconocido de las Islas Canarias; y a los terceros habrá toda una legión de aduladores que les hará la ola por su extraordinario trabajo.
Antes de utilizar la consanguinidad debemos preguntarnos por qué y para qué queremos emplearla y si es posible llegar al mismo objetivo sin usarla. Y, en caso de llegar a la conclusión de que precisamos hacer un emparejamiento consanguíneo, intentar, dentro de las diferentes opciones que tengamos, alcanzar el objetivo con el emparejamiento con menos parentesco que podamos realizar.
Probablemente llegará un día en que tendremos tantos grupos de trabajo coordinados que podremos realizar emparejamientos sin apenas consanguinidad pero con una carga genética muy similar, preocupándonos solo de tener en cuenta las semejanzas o desemejanzas fenotípicas, sin olvidar que estamos hablando de canarios de canto, con el enorme peso que tienen la alimentación, las condiciones ambientales y el manejo del criador.
La Canaricultura de Canto del futuro pasa por el trabajo en equipo, por la colaboración entre grupos coordinados de criadores. Siempre habrá criadores de éxito individual, pero un criador solitario no puede explorar todas las opciones que se le presentan y, normalmente, tarde o temprano, la consanguinidad termina pasando factura. Las limitaciones de tiempo y de espacio nos abocan a una canaricultura colaborativa para mantener a medio-largo plazo la calidad de nuestros ejemplares y gestionar de una forma racional y eficiente los diferentes sistemas de emparejamiento. En resumen, olvidémonos de los dogmas, de los pedigrís bonitos y pongamos en práctica una canaricultura racional basada en unos objetivos comunes predeterminados que pueden ser alcanzados de diferentes maneras sin pasarnos de rosca con la consanguinidad.